18 junio 2007

¡¡¡ CAMPEONES !!!

¡¡¡ CAMPEONES !!!
En dos ciudades de España hay tambores sonando, aunque en una sea por un motivo distinto al de la otra. En Madrid llevan sonando tambores de celebración desde las 22:45 de la noche de ayer. Aproximadamente a la misma hora, tambores de guerra suenan en Barcelona. Mientras ayer se vivía en Madrid un hervidero de alegría, emoción y felicidad, en Barcelona la tristeza inundaba las calles con su brutal aparición que hacia paupérrimo, e incluso irrisorio, la manita endosada a un ya más que descendido “Nastic”. La culpa la tienen tres goles, dos de Reyes, Rey de reyes, como dijera mi hermana cuando salió por David Beckam. Apenas dos minutos después de realizar su aparición en el Santiago Bernabeu, Reyes marcó el empate a uno devolviendo la vida a un equipo y una afición que hasta entonces luchaba y empujaba con todas sus fuerzas para remontar el partido, que mal había empezado, y ganar así una liga que por ese momento la tenia en su poder un Barça que goleaba a un Nastic que era un pelele en sus manos. En ese momento, el grito contenido me salió de dentro con fuerza, aunque no la suficiente para despertar a mi sobrina de dieciocho meses que dormía a pierna suelta en la habitación de al lado. Habíamos empatado, quedaban más de veinte minutos para conseguir el sueño, arrebatarle al Barça el título en la última jornada, sabiendo nosotros ya lo tremendamente doloroso que eso resulta. Fue en el minuto setenta y nueve de partido, aproximadamente a las 22:40, cuando un certero cabezazo de Diarrá me hizo gritar un gol que salió de mis pulmones con más rabia que el anterior, llevaba de pie todo el segundo tiempo, y saliendo cada cinco minutos a la terraza de casa de mi hermana para refrescarme, así que el gol se unió en el cielo de un Madrid emocionado al de muchos otros, y entrando en la casa abracé a mi sobrino de once años y le levante del suelo tantas veces que el pobre casi me vomita encima. Era el éxtasis, la rabia contenida, la alegría de cuatro años de sequía blanca, de dominio blaugrana, de sufrimientos. Pero aún faltaba el clímax final, y llegó de la mano, o mejor dicho, de los pies, que este no es Messi, de Reyes. En el ochenta y dos de partido, con la liga en nuestras manos, faltando ocho agónicos minutos, a los que habría que sumar los que el arbitro añadiera, Reyes recogió una pelota perdida y con un terrible zurdazo batió a Moyá que nada pudo hacer para evitar el alborozo blanco, el que mi grito se reuniera otra vez con otros tantos, el que mi sobrino volviera a desear tener los pies en el suelo, el que en Barcelona hizo derrumbarse a tantos y tantos culés. El éxtasis. Apenas un minuto después mi móvil recibió el mensaje que no esperaba, ni pensaba. Enhorabuena, decía mi hermano, barcelonista convencido. ¿Enhorabuena? Me pregunté yo medio extasiado y preocupado. Espérate, me dije, que quedaban once minutos, ocho mas tres añadidos, que estos son capaces de cagarla en el último minuto, dije acordándome del Bayern y el Manchester. Pero no, afortunadamente no fue así, y el Real Madrid ganó finalmente su trigésima liga.
 RAUL VOLVIÓ A SACAR SU CAPOTE PARA DAR LOS PASES DE BIENVENIDA AL NUEVO TÍTULO - FOTO DIARIO AS
Fue entonces, cuando sobre las once, al marcharnos mi novia y yo de casa de mi hermana, si intención alguna de ir a Cibeles, pues ella no es muy futbolera que digamos, nos subimos en el 28, autobús que tiene un recorrido desde Canillejas hasta la Puerta de Alcalá, a una altura cercana a Canillejas, y este venia repleto de Madridistas enloquecidos cantando, gritando, botando, vibrando, haciendo hasta que el conductor del autobús hiciera que el autobús botara y celebrara la victoria madridista. Y en cada parada, un aluvión blanco de alegría y cánticos se sumaba al ya existente en un autobús cada vez más repleto, mientras que por la calle, los petardos, los bocinazos, la gente exaltada y loca de alegría, se sucedía por doquier, y a medida que nos acercábamos al final de trayecto, nos tendríamos que bajar poco antes del mismo, me hacia hervir la sangre y desear ir a Cibeles a brincar, cantar, chillar. Y fue cuando llegó la llamada de otra de mis hermanas, diciéndome que se marchaba a la Cibeles, a tener una cita con la diosa y miles de madridistas más, así que, ahí fuimos Elsa y yo, a pesar de que no la gusta el fútbol, vivió la alegría como una más, ando saltos, chillando, gritando, cantando el himno a la victoria que compusiera hace años un excéntrico y genial ingles, agitando mi bandera en el aire, traída por mi hermana desde casa, viviendo la gloria de la victoria. Victoria, alegría, alborozo. En ese momento no pensé más que una sola vez en como estarían en ese momento las caras de los jugadores del Barcelona, de su presidente Laporta, pero nunca en la de los aficionados, aunque ahora si lo pienso. Quizás ayer en Barcelona se escucharía algún petardo. Quizás ayer algún imprudente catalán-madridista tuvo el valor de cantar los goles y de celebrar la victoria blanca por todo lo alto. Daba igual, yo lo estaba celebrando en Madrid, lleno de felicidad, emborrachado de alegría.
Es ahora tiempo d ecelebrarlo, de vivir la alegria, de reir. Cuando acabe la borrachera ya habrá tiempo de reflexionar, de pensar. Pero lo mejor de todo es que finalmente La Cibeles fue respetada, y lo que resulto mejor de la noche, aunque no fue bajo ellos, ayer, dormí a la sombra de un león.

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